El Fin de La Infancia

El planeta era totalmente chato. Su enorme gravedad había reducido, hacía ya mucho
tiempo, a una llanura uniforme las montañas de su orgullosa juventud... montañas cuyos
picos nunca habían pasado de unos cuantos metros de altura. Sin embargo había vida
aquí, pues la superficie del planeta estaba cubierta por una miríada de figuras
geométricas que se arrastraban, se movían y cambiaban de color. Era un mundo de dos
dimensiones, habitado por seres que no tenían más que una fracción de centímetro de
alto.
Y en aquel cielo había un sol que un fumador de opio, en el más extraño de sus
sueños, no hubiese podido imaginar. Demasiado caliente para ser blanco, era como un
fantasma marchito, situado no muy lejos de las fronteras del ultravioleta, y lanzaba sobre
sus mundos unas radiaciones que hubiesen sido instantáneamente letales para cualquier
forma de vida terrestre. En un alrededor de millones de kilómetros extendía unos grandes
velos de gas y polvo, que al ser atravesados por los rayos ultravioletas se convertían en
innumerables colores fluorescentes. Era una estrella ante la cual el pálido sol terrestre
hubiese parecido tan débil como una luciérnaga en pleno mediodía.

 

(imagen ultraviolenta del sol choose-ada por que es "linda".

 KwKunst recomienda lavarse los tedien y leer :

Arthur C Clark . El fin de la Infancia.
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